martes
DIAS PREDESTINADOS
Ningún encuentro real hace previa cita. Entra por la persiana de nuestras vidas en asaltadillas, y nos alardea con lo extraordinario. Si, hay esos días predestinados para el encuentro, días en los que se abren caminos que creíamos imposibles, intransitables. Son días desafortunadamente raros en los que uno entra a ese espacio del contacto asombroso, de la palabra inesperada. El encuentro con otro se produce remontando toda aridez cotidiana; como un túnel inventado por nuestra soledad y provocado por una mirada. No hay encuentro sin la luz de unos ojos.
Como milagro que es, nos convierte de inmediato en devotos de una religión sublime: la intensidad. Nada escapa a ese credo que nos colma de vida al menos por un momento. Es preciso, pues, realizar esa conflagración del “solo se vive una vez”. La intensidad es el único culto vital esa es su inquietante arma. A veces la tenemos, huimos de su poderoso fulgor de navaja, ejecutamos el estático rito de las convenciones, hacemos ondear el tedio como bandera preferida. El arrepentimiento al rato resulta, igual que en otros casos, inútil; ni siquiera puede hablarse de lo perdido puesto que nunca se tuvo.
“No espero nada-asevera tajante el personaje relator de La invención de Morel, de Bioy Casares-. Esto no es horrible. Después de resolverlo, he ganado tranquilidad”. Sin embargo, por extraño que parezca, quizás ésta sea la actitud más íntegra para atender un encuentro; se gana, con ella la naturalidad necesaria para gozar un instante. Múltiples sentimientos son cubiertos de golpe por esos episodios anormales en que se constituyen los encuentros. Descubrimos en ellos la amistad, el amor, o el odio en un trazo repentino. La primera mirada lo determina todo.
Aunque lleguemos a conocer mucha gente, hemos nacido para unos cuantos encuentros. Al final de nuestras vidas recordaremos tan sólo algunos; nuestro directorio existencial se compendiará en unos pocos seres cargados de encanto y belleza. Los demás serán , a lo sumo, una presencia adicional, acaso informe. Cada cercanía, cada vínculo con alguien, gana terreno para la vida. Edmon Jabes tiene razón cuando escribe que al calcular la distancia que nos separa se deja de morir. Y es que “hubiéramos podido no encontrarnos nunca.-Sólo intentábamos crearnos vínculos.-Extraño. Nos hemos encontrado”.
Luego entonces, añado. La indiferencia ha sido derrotada, y como termina ese maravilloso poema amoroso de Rosario Castellanos, “… Hasta que un día otro lo para, lo detiene. Y lo reduce a voz, a piel, a superficie ofrecida, entregada, mientras dentro de sí la oculta soledad aguarda y tiembla.