domingo

CONFINES Del ORBE



¿Sólo silencio e inmovilidad
habrá bajo los árboles y los bejucos?
Popol Vuh


Foto-Texto Luz del Alba

El árbol a través de milenios ha impuesto a la conciencia del hombre valores desde lo místico, cosmológico, teológico, ritual, iconográfico hasta lo folklórico. Mirce Eliade nos hace una clasificación sumaria de los valores religiosos y de las ceremonias agrarias, así como los “cultos de vegetación” que determina al Árbol Sagrado, como un microcosmos efectivo en las capas más antiguas de la vida religiosa, como imagen del cosmos, centro del mundo y sostén del universo, como un lazo místico entre hombres y árboles en la teofanía cósmica y como un símbolo de resurrección.
Si bien esta clasificación resulta ser incompleta llama la atención lo inagotable que ha sido el Árbol y se ha convertido en esa “vida sin muerte”; teniendo en cuenta su ontología el árbol está cargado de fuerzas sagradas, que es vertical, que crece, que pierde sus hojas y las recupera y que por consiguiente se regenera. En el Vagavad-Gita, el árbol cósmico no solo es el universo sino la condición del hombre en el mundo, “se cuenta que es un Acvattha imperecedero, con las raíces arriba, las ramas abajo, cuyas hojas son el Veda, aquel que lo conoce, ése conoce el Veda”.
El Códice Tudela—del Museo de América—el Árbol de Quetzalmízquitl, es uno de los cuatro árboles sagrados que integran el calendario ritual náhuatl, llamado Tonalamatl y el cual contiene 260 días y cuatro “cocijos” o rumbos del universo. Este árbol, situado al Este del cosmos (según indica el códice), ha sido identificado, no obstante, como acacia o huisache por el destacado investigador Ángel María Garibay. Quetzalmízquitl o huisache, no es sólo un árbol protector que cuida y bendice al ser humano de la furia climática proveniente del Este, como lo presentan los códices, sino que es, de la misma manera, un árbol proveedor. La mitología náhuatl considera que en el punto cardinal Este, hay un “árbol enhiesto con tetas” del cual se alimentan los niños que mueren en la cuna y quienes no van al reino de los muertos sino a la tierra del “agua con flores”, Xochiatlalpan y a donde se encuentra este árbol, “paraíso de la vegetación”. La antropóloga Aramori, precisa además que el árbol con senos es identificado también en el Códice Vaticano Ríos, con la diosa del sustento Xochiquetzal o Tlazoltéotl (otra advocación de la diosa madre).
En tanto en el sur de México, el mito de la creación de la etnia lacandona, cuenta que “mucho tiempo atrás, Hach Ak Yum hizo los hombres de arcilla, mezclándola con arena e insertando granos de maíz. Luego colocó las figuras de barro en el tronco de un cedro ( del maya K´uh che: árbol de dios) y en la mañana le dio vida”. Con diferencia de otros mitos, con los mayas lacandones introducen la participación del árbol de dios en su génesis, reafirmando así su vínculo filial con la masa vegetal que conforma el marco biológico de su ecosistema y aceptando la analogía existente entre la sangre humana y la savia del árbol que fluye hacia los seres de arcilla para darles vida. Se dice que al morir un lacandón, se le entierra directamente en una fosa excavada y se cubre con una enramada de madera, todo esto para que inicie con tranquilidad su largo viaje hacia el mundo infraterreste, así el Hach Winik regresa a la tierra protegido por ramas del árbol que un lejano día le diera vida.
También cuentan que cuando una mujer embarazada sentía los primeros dolores de parto, iba a una Ceiba, limpiaba las raíces del árbol y paría entre sus raíces. La Ceiba, la Pochota el Yas te (tzeltal) el árbol sagrado, está estrechamente vinculada a las creencias, religión y forma de vida de estos pueblos.
Muchos grupos mayas de la república mexicana, creen aún que la cantidad de hojas que producen las ceibas durante la primavera y el verano, indican el grado de fertilidad de sus cosechas. Pero el aspecto más importante de la relación que mantienen los mayas con las ceibas es de orden divino, pues consideran que su estirpe proviene de una ceiba sagrada monumental, cuya altura no tiene fin, ubicada en el centro del mundo y cuyas raíces penetran en el inframundo, mientras que las ramas más altas sostienen el cielo. El paraíso es, en la cosmogonía maya un lugar a donde crece una ceiba y bajo cuyas ramas los hombres descansan de las fatigas y agonías de la tierra. Bajo su hermoso follaje, el ser humano puede disponer de exquisitas comidas y bebidas, las cuales no se agotan jamás. Es pues este cosmos revelado como manifestación de las fuerzas creadoras divinas y concepción simbólica.
Por otro lado, del centro de México de acuerdo a los informantes de Sahagún, los bosques eran un lugar de «verdor, de fresco verdor... un lugar de compasión, un lugar de suspiros». Los nahuas creían en un paraíso terrenal, que se distinguía por una eterna primavera y una cornucopia de frutas y verduras, y un lugar celestial poblado por tiernos animales, hermosas aves y una variedad de árboles.
En la antigüedad, los Ahuehuetes representaban a Coxcox y su esposa Xochiquetzal; lo denominaban en náhuatl ahuéhuetl o ahoéhuetl que viene de atl que significa agua y huehue de viejo o abuelo. En época del rey Nezahualcóyotl se hicieron algunas plantaciones de lo que ahora es el Contador en Texcoco, ahí poseía un palacio, cuyos jardines se encontraban cercados por más de 2 000 ahuehuetes o sabinos, los cuales hizo plantar durante su dominio, los árboles formaban un gran rectángulo de 800 m de largo por 400 de ancho, orientado hacia los puntos cardinales e incompleto en los lados norte y oriente. En 1850 había solamente 500 árboles plantados en doble fila, los cuales se encuentran en tal forma que coinciden con los puntos cardinales.
Mientras en Oaxaca, el árbol de Santa María del Tule, con sus 2 000 años y su circunferencia sinuosa de 54 metros sigue vivo y en pie. O el “Árbol Sagrado”, en Ocuilán de Arteaga, del Estado de México, tiene 4 m de diámetro, y una altura de 37 m, se le calcula una edad de 227 años; a su extraordinaria corpulencia se añade la circunstancia de que entre sus viejas raíces nace un manantial. Denominado “Árbol Sagrado” porque a su sombra los peregrinos que se dirigen al santuario del Señor de Chalma inician sus ritos religiosos. Bailan y se ciñen una corona de flores, que conservan puesta hasta llegar al santuario. Ésta es una vieja tradición, la cual tuvo su origen en la necesidad de identificar a los peregrinos para que los lugareños les brindaran techo y comida.
Los indígenas de México tienen aún creencias religiosas que establecen respeto a un árbol sagrado. El maya creía que si los árboles se cortaban sin permiso de los dioses, el cielo se desplomaría y el fin regresaría a la tierra. Los nahuas invocaban el nombre de su dios Quetzalcóatl antes de talar un árbol. Conforme al religioso español Jacinto de la Serna, los nahuas pedían permiso para su uso al árbol mismo.
Ahora nosotros necesitamos proveernos de esta conciencia relevante, valorarlos desde todas las clasificaciones sumarias, mantenerlos en pie y vivos, considerarlos majestuosos por su antiguo linaje, por la abundancia de los recursos naturales que nos han protegido, como hicieron los dioses prehispánicos a este pueblo y seguir resucitándolos.


Bibliografía: Jan de Vos “La paz de Dios y del Rey”. FCE 1996,María Elena Aramori “Alokan Tata, Talokan Nana”,.Conaculta,Marie-Odile Marion Singer “Los hombres de la selva”. INAH
Mircea Eliade “.Traité d´historie des religions” Éditions Payot,París.