foto Arturo Talavera ®
I
Como llevar mi casa a todas partes con su historia y sus sentimientos,
como volver a ese caracol en que me arrastro. Me despido de las paredes de casa, el viejo baúl, la Shiva de Jailsarmer, El Doondari en reposo, un poco a la derecha el cajón peruano y la chimenea crepitando sin cesar. Esta mañana cocine lentejas y el humo del comino empaño los vidrios que cubre el grabado de Dimayuga.
Creo en la coincidencia y el azar con el mismo fervor que creo en las líneas de mi mano. No hay equipo de audio porque no hay luz, pero todo esto es sin nostalgia, con presunta naturalidad. Vivo, pues, en la única patria que admito: por lo pronto, la de la remembranza. Resido fuera, sin duda. Mi pasaporte detenido en Tanger, no me deja hacer de muchas ilusiones, pero hay un ser que guía este paisaje que apenas reconozco y vuelvo a cantar temas de Agustín Lara, como en los viejos tiempos y traigo en la maleta una campana, la harmónica y el gps para volver y no perderme. Para alguien como yo que lo único que cuenta es lo que cuentas, y como lo cuentas. Y en esta obsesión lo que más extraño, es el calor de útero que envuelve a Comalapa, cuando la luz se despide amorosamente de las formas de las cosas y la realidad se quiebra y saltan prodigiosos los cantos de ranas y saraguatos.
Sasik en el devenir de los viajes